viernes, 22 de junio de 2007

Crisantemo


Se le veía caer tan hermosa como blanca, aunque en esos momentos de terrible dolor y melancolía, solo sería capaz de apreciar la belleza e inocencia de esa criatura de Dios, un sujeto que se encontrara fuera de esa nube de pesimismo, de esa penumbra sentimental; por supuesto que en mi caso preferiría asumirme como un sujeto agasajado con el don del extrañamiento, aunque a los efectos de mi beneficio, independientemente de la gran perdida que este suceso significaba para mí, definitivamente yo era considerado un extraño a esa sombra de dolor que acechaba este momento। Pero la realidad era una sola y mientras se recitaba ese último poema ante aquel recuerdo despojado de la vida, no entiendo cómo, ni por que razón, mi conciencia se encontraba abstraída en el eterno recorrido de ella, la más blanca, la más bella, la metáfora de mi poema, ese último poema a la vida que sentí como único, distinto al de ellos, al que irrespetuosamente me atreví a catalogar de insulto, de mentira, de falso sentimiento, de amor sin entrega, de frívola apariencia.


En fin lo sentía distinto, descuidaba el dolor de mis amigos, de mi familia; y eso me dolía, desgarraba la yaga de mi hermano, a la cual yo aferraba mi dolor tratando egoístamente de quitarle el suyo, queriendo evitar que se liberara de los lazos que ingenuamente pensé lo ahogarían, mientras que en realidad, lo ataban a un amor sublime।


Después, casi sin apreciarlo; mientras yo disfrutaba de mi atracción por ella, detrás de la realidad que me acechaba; de una manera difusa, como con un lente mal enfocado te vi a ti; y como suele pasar entre nosotros estabas viviendo una realidad distinta pero paralela। Me sentí la otra cara de una moneda, la que al arrojarla al aire como pidiendo un deseo cae boca abajo en el fondo de la fuente y disfruta el calor que del sol recibe su otro yo.


Alí seguía ella, pura e intocable, como suspendida en la atmósfera, precipitándose hacia el suelo tan lentamente que por un momento perdí la noción de realidad, al punto que todavía hoy, meses después de este momento, no se cuanto tiempo pasé absorto viendo caer esa flor blanca y distinta de las demás, única y especial; mi flor. Entonces entre un instante y otro me vi allí, pasándole al que me seguía en la cadena la penúltima corona que yo había de pasar, pero eso no logró afectar mi sintonía con ella, por eso antes de dejar el cementerio, mantuve para siempre el eterno reflejo de sí.

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