viernes, 22 de junio de 2007

Fosforera Nacional


Algo tan sencillo como llegar a una reunión a la que no se está invitado, pero que siempre se es bienvenido porque algún conocido del amigo que conoce a la vecina de la dueña de la casa está invitado, puede resultar terrible para Sebas. Definitivamente la timidez de Sebastián inmovilizaría incluso a ese tipo de tipos –redundancia valedera, y no simplemente por decir “valga”- que sin ningún pudor pueden cagar con gran desfachatez y educación en un baño cuya poceta no fue instalada pensando en sus nalgas. Sebas, ni sueña con cagar en ese o cualquier otro baño fuera de las puertas de su seguridad, y es que sólo allí consigue la tranquilidad de saber que sus cinco hermanos estiman está en todo el derecho de posar sus nalgas sobre la loza blanca y sin tapa de la vieja poceta de la casa.

El problema para Sebas no radica esencialmente en un problema de posaderas, pues por ejemplo, puede ocurrirle llegando a una de estas reuniones en las que siempre se siente bienvenido más nunca invitado, que al entrar en el saloncito donde los invitados conversan gratamente sobre temas que más que aburridos le son simplemente ajenos, constate que a la única persona que alguna vez conoció entre los comensales es también, por ejemplo, la que ha decidido sentarse exactamente en el amplió sofá, de tres o cuatro puestos, que se encuentra también exactamente en el punto opuesto en lejanía a la situación geográfica de su cara de imbécil en la puerta del salón.

Semejante necedad, puede ser el comienzo de un suplicio, la sonrisa de Sebas no sabe disimular la gran incomodidad que le produce la ambivalencia de acercarse o no a saludar a esa niña con la que jugaba de niño, porque nuestros padres son amigos Joaquín, que evidentemente –piensa Sebas- debería acordarse de mi, pero si ella nunca fue introvertida porque no sonríe, hace una seña, porque no le da al pobre Sebas la tranquilidad de saberse reconocido antes de acometer la terrible empresa de atravesar los tres metros y medio que entre sillas, sillones, mesitas de té y sofás, lo separan del ayer o el mañana, según desde donde se vea, y que por cuestiones de educación debiera y pudiera ser hoy.

Sebas recoge su largo brazo contra el abdomen e introduce disimuladamente los huesudos dedos de su mano izquierda en busca de una cajetilla de cigarros que recuerda haber guardado en el bolsillo izquierdo del rancio pantalón. En efecto, allí se encuentran los cigarros y la caja de cerillas. Incertidumbre. Será ésta una casa de fumadores. Los ceniceros, ellos son la respuesta. Tan abstraída es la búsqueda de algún cenicero que los anfitriones se acercan a ofrecerle un trago a Sebastián y a preguntarle si pueden servirlo en algo más. Sebas todavía con la mano izquierda en el bolsillo, hace un gesto con su mano derecha, como diciéndole a Mariela y Javier que no se preocupen, que todo está bien, que por ahora no necesita ni desea beber nada, y que muchísimas gracias por su atención. Mariela, hermosísima le recuerda que está en su casa y le informa que si desea comerse algo que por favor no dude en avisarle, pero que si de bebidas se trata, entonces tienes que hablar con Javier, Sebastián, porque en esta casa el departamento de bebidas es dirigido, administrado y hasta consumido por mi queridito esposo. Carcajada general, Sebas se siente miserable, quizás si hubiese aceptado el trago que tan gentilmente le ofrecieron sus anfitriones –no por invitación mas si por recibimiento- ese comentario estaría sellado en los hermosos labios de Mariela. Joaquín atraviesa el saloncito cual santo en procesión y se sienta muy gratamente a conversar sobre esos temas que nunca podrá hablar con Sebas, pues su querido amigo jamás ha sabido qué opinar en cosas de etiqueta y sociedad.

Han transcurrido exactamente cincuenta minutos y Sebas sigue de pie apoyado contra el marco de la puerta con su brazo izquierdo estirado hasta el fondo del bolsillo. En la reunión se habló sobre la tendencia política del bloque latinoamericano de países. Sebas no se atrevió a opinar. Después se comentaba sobre la boda de la Nena Contasti. Sebas no entendió la conversación. Ya después Sebas no supo de que hablaron, estaba abstraído acariciando la cajetilla de cigarros en su bolsillo. Al lado de la escultura que se posaba sobre la mesita demasiado robusta para ser de té, pero con sus tacitas y jarritas de plata, alcanzó a divisar un hermoso cenicero de cristal dentro del cual no había rastros de puchos.

La desesperación aumentaba, si hay un cenicero es esperable que se fume y el mismo sea utilizado, cómo es posible que nadie lo haya utilizado, será que no hay un solo fumador en esta reunión. Pero coño el era un fumador, o será que no debía incluirse en las probabilidades de atreverse o no a fumar. Maldita sea, Joaquín todavía no ha fumado, qué espera, hasta cuándo seguirá seduciendo a la esposa de Omaña. Tanto habla que no le da tiempo de fumar.

En mitad de la crisis se arrancó Mariela con una sandez sobre la libertad de la que disfrutaba el continente después de la caída de los regímenes militares de derecha. Se cagó la jaula. Que no me vengan a hablar de libertad mientras padezco mi tímido síndrome de abstinencia, y menos aún si las palabras salen de los labios de mi adorada Mariela. Quién le dijo que la izquierda vivía en el Country Club, qué carajo importará si el régimen es de derecha o de izquierda, lo que quiero es terminar de fumarme el bendito cigarrilo.

Sebas no podía más, empezó a sudar y la franelita que llevaba puesta era amarilla. Comenzaron a transpirar sus axilas, sentía las gotas de sudor bajando por la sien, disimuladamente las secaba con la manga derecha de la franela. Sus axilas no podían disimular. Era obvio. En la mitad de la crisis de temblores decidió que se trataba de una situación de nicotina o muerte. Después de cincuenta y cuatro minutos desenfundó la mano izquierda del bolsillo, muy asustado y envalentonado de inusitada prepotencia se llevó el cigarrillo a la boca, sentenció: Ustedes jamás sabrán lo que es la libertad. Fosforera Nacional.

Una profunda bocanada sucedió su grave afirmación. Sebas no tenía la menor idea de qué había querido decir con esa intervención. Coartada de una bocanada.

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